Entre mis recuerdos encontré una foto del Campeonato Centroamericano 2003, donde la escuela de Cartago participaba. En la imagen aparecemos 18 personas, todos con el uniforme impecable y una sonrisa enorme. Recuerdo a la mayoría y cómo era entrenar con ellos.
De ese grupo, solo tres alcanzamos el cinturón negro. La mayoría se retiró en algún punto. Algunos pocos regresaron después por algún un tiempo, y de esos, todavía menos lograron mantenerse en el camino.
Esa misma historia se repite en las fotos de los años siguientes: grupos grandes, llenos de energía y entusiasmo, que con el paso del tiempo se fueron perdiendo del dojang. Algunos llegaron a cinturón negro y luego se retiraron, otros se quedaron a medio camino con un cinturón de color como último avance.
No puedo evitar comparar aquellas fotos con las con las fotos más recientes en Kobuguí. Y entonces me surgen las preguntas:
¿Cuántos de estos increíbles estudiantes llegarán a cinturón negro?
¿Cuántos seguirán activos en el futuro?
¿Cuántas amistades crecerán aquí, y cuántas nuevas escuelas nacerán de este espacio?
El Tang Soo Do nos enseña que el primer gran reto es ponerse el uniform, pero casi igual de desafiante es mantenerlo en el tiempo. Las estadísticas no mienten: la mayoría se retira en algún momento. Sin embargo, los que persisten, aunque sean pocos, mantienen viva la llama para todos los que alguna vez se animaron a intentarlo.
Esas fotos viejas me recuerdan que lo importante no es cuántos comienzan, sino cuántos continúan. Y si hoy estás en el camino, ya sos parte de esa minoría valiosa que sigue avanzando, paso a paso, con constancia. Lo más hermoso del Tang Soo Do es que, al mirar hacia la fila del frente, siempre descubrimos que todavía hay espacio para crecer.